La selección mexicana es como el novio cabrón o la novia canija. La que pone el cuerno, el que te queda mal. Lo sabes, pero le quieres. Es un amor apache que sólo se explica por el tamaño del placer que te provoca cuando se porta bien, cuando hace las cosas como debe. El caso es que le conoces, sabes de lo que es capaz y recuerdas las putadas que te ha hecho. Bien decía mi abuela: No es culpa de quien se sisca, sino de quien le dejó la chiripiolca. Ni modo, no es desconfianza, es instinto de conservación.
Los once del domingo pasado son el novio perfecto, el que es guapo, rico y sabe mover el pito. Es la novia con perrito, consentidora, fiel, bonita y más buena que una bendición vaticana. Lo disfrutamos. Fue un partido contundente. Un primer tiempo de ensueño y un segundo tiempo cardiaco, pero con una Selección que nos hizo palpitar entusiasmo, recuperar la fe, sentir el patriotismo y tener la tentación de agarrar una bandera y emular a Juan Escutia. Se siente bonito ver a un equipo que se atreve a cosas chingonas. Que le vale tres hectáreas de longaniza enfrentarse al campeón del mundo y se pone tú a tú con los alemanes, después de semanas de dimes y diretes.
Luego vinieron otras noticias, pendejos quemando banderas alemanas, gente con actos de intolerancia (golpear a un discapacitado por tener otras ideas políticas es brutal). Triste. Esos mexicanos no nos representan. Luego vino lo trágico, el abuso de Trump con familias latinoamericanas, principalmente de México y Centro América. Niñas y niños en jaulas, cobijas con cubiertas de aluminio, la humillación absoluta, la criminalización de la pobreza. Imágenes que nos encienden la sangre y nos provocan, a quienes tenemos corazón en el pecho, el mayor repudio posible.
La vida sigue. ¿Qué hacemos? ¿Cómo alzamos la voz? ¿Cómo ganan los derechos humanos al troglodita más poderoso del mundo?
Vienen los otros partidos. Ya seguros, con Corea y Suecia, uno más casi en la bolsa y quizá, con güevos y talento el esperado quinto, el soñado sexo y… quién sabe. Tengo miedo. Es posible que el equipo que jugó el domingo, no sea el mismo que juegue contra los coreanos y los suecos. Los mismos pies pueden ser dirigidos por distintos corazones. Pero también tengo fe. Todo puede pasar. Hoy creo en ese novio cabrón, creo que ya cambió, es otro, no me va a fallar.
Pero entre tanto, el mundo tiene los ojos en el futbol. El balón como símbolo de paz y de armonía. Debemos cambiar. Mostrar un comportamiento alegre pero ejemplar como afición. Digno en la derrota, generoso en la victoria. Ojalá se aprovechen, en los partidos por venir, algo simbólico que mande una señal a Estados Unidos, lo que están haciendo no puede ser. Un moño, una señal, lo que sea, pero decirle al mundo que la gente de bien, la gente de futbol, rechaza enfáticamente el trato bestial que el Estados Unidos Nazi le está dando a esas familias de trabajadores migrantes.
Pero, en tanto, que el balón ruede…
Les dejo un videíto filmado por mí, para la etiqueta...
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